Capítulo 2: Charcos de Ácido y Conejos de Pascua.



No soy lo que se considera una persona creyente, soñadora, ingenua, romántica, ni mucho menos idealista. No suelo creer en supersticiones, ni cosas por el estilo,  podría ser detallada como un ser escéptico. Y no me quejaría, no hay un solo hueso crédulo en mi cuerpo, no es como si lo quisiera. 
Soy de esa clase de personas que prefieren amargas verdades a dulces mentiras. No es porque no duelan y sea un ser insensible, no. Claro que duelen, sin embargo escose menos que cuando te desilusionas después. La gente cree que por aplazar el golpe dolerá menos, pero eso  no es cierto, en vez  de eso: los vínculos se rompen, la confianza se  fragmenta, la esperanza se marchita y el amor desaparece. Todo por una mísera mentira.
Aunque no son sólo las mentiras en su empaque original; sino las evasivas, las verdades a medias, la hipocresía, y aquellas declaraciones que no tienen fundamento; ya sabes esas como “Sólo es una amiga” aun sabiendo que lo viste metiéndole la lengua hasta el estómago a una chica, que subrayo  “no eres tú”; o incluso esos comentarios esperanzadores, sabiendo aún que no tiene potestad sobre el problema.
Quiero remarcar que no siempre fui así. Todo el mundo cambia por alguna razón, todo el mundo madura por alguna razón. Como cuando el Joker se convierte en villano tras caer en un charco de ácido, o Superman encuentra su verdadera naturaleza, o cuando Forrest Gump empieza a correr, luego que Jenny lo abandonara (por millonésima vez), o cuando Bridget Jones decide progresar y olvidar al idiota de Daniel  que la engañaba en cada oportunidad que tenía; o esa chica rubia tonta que se da cuenta que no quiere ser más una rubia tonta; yo también tuve mi propio baño de ácido, bueno, figurativamente. Y enserio lo necesitaba. Fue algo así, como que esa tragedia desencadenó una serie de eventos que me revelaron la verdad, y porque la necesitaba tanto, y enserio la necesitaba. Como ella puso en orden mi vida.
Verán, y aunque estoy segura que  deben tener sus motivos,  no obstante, no soy de esa clase de chicas que dejan de confiar en los hombres por un corazón roto. Va más allá de eso. Va más allá de un desengaño amoroso.  
Podemos empezar con el inicio. ¿Por cuál otra parte pensaba iniciar?
Nací en Glasgow, Escocia; fue un corto periodo de tiempo que vivimos en aquel lugar, gracias a los constantes viajes de mi padre a Dublín, tuvimos que trasladarnos a los pocos meses. Estuvimos tres años en Irlanda, antes que papá fuese transferido a una sucursal en Boston. Esos fueron siete años, en los que yo y mi hermana gemela Ciara crecimos como  felices niñas americanas; sin embargo mi padre era  obstinado, y se negaba a ignorar nuestras raíces irlandesas, (dado a que él es de allá) y nos crio con un raro modelo irlandés; aunque mi madre fuera Escocesa. Nuestra niñez fue una mezcla de culturas, fue alegre y llena de amor; y lo fue mientras duró.

Pero creo que a pesar de toda esa tristeza, siempre sale algo bueno; quiero decir, al menos para mi padre las cosas no fueron tan malas. Consiguió la verdadera felicidad; con otra familia. Quisiera decir que me desagrada su  nueva esposa, que es una bruja odiosa, como la madrastra de Cenicienta, y que sus hijos son horribles pesadillas. Sin embargo Emma es un amor, y mi hermanita pequeña Tara es un pequeño ángel; Michael no hace ni dice nada para desagradarme, en realidad no dice nada. No tengo de qué quejarme.
 A pesar que claro, Ciara padeciera de una leucemia linfocítica aguda y muriera después de un año; nos mudáramos a Chicago, un lugar que no conocía, sin ninguna certeza de nada, sin amigos, y después de un tiempo,  sin mi mejor amiga, mi hermana; luego mi madre se sumergiera en el trabajo porque  es incapaz de ver todos los días el rostro de su hija muerta; que mi padre ignorara su ausencia, y olvidaran, parcialmente, que seguía ahí. Ah y claro, la inminente posibilidad de adquirir la misma enfermedad de mi hermana, gracias a su carácter genético. Casi me pierdo ese pequeño detallito.
Olvidémonos de eso, fueron tiempos difíciles, no obstante, no culpo a mi madre por huir de mí, o a mi padre por buscar una nueva familia, porque la primera se desmoronó después de un tiempo; sólo los culpo por mentirme con evasivas todo ese tiempo.
Algo así como:
“Sólo será por un tiempo, cariño”
“Ella se recuperará en poco tiempo, cariño”
“Sólo estamos discutiendo nuestros puntos de vista, cariño”
“Lo  superarás después de un tiempo, cariño”
“Tu madre necesita un tiempo  a solas, cariño”
“Sólo es una amiga, cariño”
Era un eufemismo decir que no me gustan los eufemismos.
 Basta con eso. Basta con evitar la realidad, es necesaria; juro que si ellos me hubiesen dicho en la cara, que no eran capaces de verme, lo pude haber entendido y pude haberme perdido por un tiempo. Ya saben, ir a donde la abuela en Dublín, cambiar el color de mi cabello o ponerme una peluca de rabino sin importar la picazón y la irritación.
En fin, odio las mentiras; y el que mi pequeña hermanastra tuviese seis años, no me detuvo, para advertirle sobre santa, el hada de los dientes, el conejo de pascua y esas cosas. Lamentablemente, la pequeña revoltosa, es obstinada como una mula así que ignoró cada palabra que salió de mi boca; excepto lo del conejo de pascua, dijo que era una celebración estúpida, lo que me hizo ganar un ceño fruncido de parte de Emma y mi padre. Nadie más que yo, usaba ese vocabulario. Entendido.
Sonreí al ver a Tara en sus coletas sonriendo hacia mí.
- ¡Illa! – Gritó antes de abalanzarse hacia mí en un gran abrazo de un oso bebé.
- ¡Tara! – Copié su grito de júbilo.
- ¿Vas a llevarme al parque hoy? – preguntó con sus grandes ojos azules.
- Sabes que no puedo hoy, pequeña Holmes – dije haciendo pucheros. Ella copió mi gesto. – ¿Pero qué tal si lo hacemos mañana?  
Ella sonrió y enganchó sus pequeños bracitos a mi cuello.
Me senté a su lado mientras la veía servirme un tazón de cereal. Le agradecí con una sonrisa y comí con rapidez. No había rastro  de Emma por ninguna parte. Debía estar retrasada.  
Serví una taza de café negro con dos cucharaditas de azúcar y le adjunté una pequeña nota que leía “Buenos días sol. Llevo a Tara. Apúrate”.
Puse la taza en el mostrador y recogí ambos tazones sucios y los coloqué en el fregadero.
Tomé mi mochila y apunté a Tara.
- Es hora de ir a la escuela, Sherlock, a no ser que quieras tomar el autobús con ese chico molesto que hala tus coletas, coge tus cosas. – Emma empezó a llevar a Tara a la escuela después que ella se negara a ir por una temporada, alegaba que ya no le gustaba la escuela; pasó una semana antes de enterarnos que había un chico molesto en el autobús que se reía de ella y sus coletas. Estoy segura que ese diablillo sólo tiene un flechazo por ella, los niños tienen una rara idea sobre cómo llamar la atención de las chicas. Y no sólo cuando tienen seis años.
Tara tomó sus cosas y se apuró a la cochera, mientras la seguía a un paso más lento. Desbloqué el auto y acomodé mi asiento. Eché un vistazo al asiento trasero y a Tara poniéndose el cinturón de seguridad. Ajusté el espejo y arranqué.
 Después de unos minutos llegué a la escuela primaria, y me giré hacia Tara.
- Bien, Holmes, puedes bajarte.- Recuerda, si vas a golpear a alguien, que sea con el puño con tu pulgar fuera, si es que no quieres fracturarlo.  
La niña sonrió y se acercó a mí por un abrazo.
- Adiós, Illa – Dijo con su dulce vocecilla. Le respondí el abrazo y me despedí.
- Ten un buen día, cariño.
Dijo adiós con la mano y salió corriendo junto a un grupo de niños.
Despegué mi vista de ella y me dirigí hacía mi escuela. Aparqué en el estacionamiento y me bajé del coche. Era un sedán azul eléctrico, un Honda Accord Coupe V6 2009, uno de esos autos que te compran con un propósito oculto. Ya sea hacer los recados o recoger a Tara o a Michael. Es decir, un auto familiar. En comparación al dueño del Boss 302 negro frente a mi Honda. Ese chico sí que tenía un auto. Pero no me quejo, quiero decir, me pudieron haber dado una van o nada, o  una van.
Deseché aquel impulso envidioso de tirarle un cartón de huevos al Boss y llevé mis pies al interior de la escuela. Llegué a mi casillero y comprobé mis libros y mi bolsa de gimnasia; al ver que todo estaba en orden cerré la compuerta. Como sabía que Shannon estaba en sus reuniones del consejo estudiantil, no me molesté en esperarla, en vez de ello, caminé directamente al salón donde la señora Doyle se preparaba para dar su clase de Cálculo avanzado. No es que fuera un prodigio, sin embargo los números eran lo mío. Supongo que el universo debía darme algo en retribución a mis carentes habilidades deportivas.
 Me senté en el primer pupitre vacío que percibí, y sentí como otro día empezaba como cualquier otro.
Casi no sentí la cadencia entre las clases, el almuerzo y los otros sucesos. En el almuerzo, Shannon parloteó sobre el nuevo chico y que nadie lo había visto excepto el director, al parecer había estado ahí metido todo el día; y mientras Shannon divagaba, Ashton y  el séquito de porristas me  mataban lentamente con sus miradas láser. Y yo, como la genial persona que soy les sonreí con dulzura.  Sí, tal vez no fue la mejor solución, empero me quedaba corta de ellas en ese momento. Shane, era ajena a lo que sucedía junto a ella. Decidí que era hora de dejar el escenario y dar las gracias.
Fui hacia la biblioteca a terminar el libro que llevaba en la mochila, para mis ratos libres. Trataba sobre una chica que pasó de ser una cobarde a una verdadera heroína. Centenares de veces me puse a pensar, es imposible transformarse de un día para otro, que un cobarde será cobarde por el resto de su vida, o que por lo menos, necesita más de un año para dejar de ser un miserable pusilánime. Y  yo, aunque sé que es imposible, a veces espero a que algo suceda (no va a suceder), para actuar como toda temeraria y osada o algo así, incluso sabiendo que si de verdad ocurriera, saldría corriendo o me quedaría aturdida, como una momia.
Reí en voz bajita y  saqué mis audífonos.
La temperatura estaba bajando cada vez más, haciendo que mis dedos se curvaran del frío. Tomé la sudadera que llevaba en mi bolsa y me la puse, pasando la capucha por mi cabeza, cubriendo mis orejas de la gélida brisa.
Me ubiqué en un banquillo que se encontraba en una de las esquinas de la biblioteca, y comencé a poner la música desde mi celular. Los auriculares reproducían la voz de Chris Martin de manera espléndida, y era casi como escucharlo en vivo. No suelo estar obsesionada con las cosas, (Bueno, sí, un poco), pero Coldplay eran el Nirvana para mí (El Nirvana espiritual, no el Nirvana de Kurt Cobain). Shannon solía reñirme por no escuchar otras cosas, no obstante después de un tiempo, comprendió que no había manera de cambiar  ese hecho. Escuchaba otros artistas (de vez en cuando), aunque nada lo superaba.
 Leí por lo que pareció toda una vida, o por lo menos la mitad de la vida de la protagonista; podía declararlo, era una tonta, a pesar que su historia era muy interesante, me desconecté totalmente. En algún momento, advertí que alguien me tocaba el hombro. Con la mirada aún en el libro, moví mis Beats, de manera que podía escuchar con uno de los auriculares.
- Amigo, me puedes prestar una pluma – Preguntó el extraño. Asentí mientras dejaba el libro a un lado, y buscaba en mi mochila. Ignoré el hecho que el tipo me haya dicho “amigo” y seguí buscando. Al encontrarlo se lo pasé al chico. Murmuró una especie de “gracias” y se marchó. Me giré a ver quién era, pero no había nadie.
No sé sí era mi impresión, pero noté  un acento bastante marcado, una diferencia en la pronunciación de sus  palabras… ¿me habré encontrado con el chico nuevo? Negué con la cabeza. Bien, pudo ser Chris cantando en mi oído.
 Miré la hora en  la pantalla de mi teléfono.
La campana estaba a punto de sonar. Miré de nuevo hacia atrás y al ver que el chico no había regresado con mi bolígrafo, tomé mis cosas y salí corriendo. Podía conseguir otro. En ese momento necesitaba llegar a tiempo a clases. Me apresuré entre los corredores hasta llegar al salón de física. Algo en mi pecho se aligero, al ver que el maestro  no había llegado.



El día pasó como cualquier otro, no hubo rastro de Shannon después del almuerzo; yo, por mi parte, estaba esperando con ansias que dieran las tres para poder ir al gimnasio en la parte trasera de la escuela. El reloj colgado en la esquina derecha de la pared, se burlaba de mi inquietud, moviendo las manecillas mucho más lento de lo que he visto en toda mi vida.  Mi pie golpeaba el piso con impaciencia, mientras los dedos de mis manos, jugaban con un lápiz, golpeándolo suavemente contra el escritorio.
Fueron horas antes que por fin el malvado artilugio marcara las tres. Y cuando lo hizo, todos los presentes en el aula, salieron como alma que lleva el diablo. No me uní a ellos, en un sabio acto; con mi suerte, probablemente acabe siendo pisoteada por una manada de estudiantes ansiosos.
 Mejor prevenir que lamentar.
Al ver que la mayor parte de la estampida había drenado los pasillos de la escuela, salí despreocupadamente, tomé mi bolsa de gimnasia de mi casillero y me dirigí hacia el gimnasio con paso constante y decidido; sabiendo que el equipo de futbol (Y los otros), no tenían entrenamiento el día miércoles, así que tenía todo el lugar para mí sola.
Entré en el vestidor de caballeros, ya que el de chicas se encontraba cerrado, y cambie mis prendas por mi traje de baño negro, que según Shane, parecía algo digno de una abuela, lo dijo cuando vio entre mi bolsa de gimnasia. Supongo que es verdad, pero no quería algo incómodo, o lo que ella llamaría a la moda, para nadar; porque lo estaba haciendo, no “nadar” como la mayoría de las chicas llamaban a exhibirse en diminutas prendas, que parecen más lencería que un traje de baño.
Negué con un gesto de asco, a la imagen de mí en un traje de esos; era repulsiva.
Me gustaba mi traje de anciana, me gustaba y era apto para nadar como yo lo hacía; ya sabes manteniendo todo en donde debe estar. Como se supone que debe ser.
Llevé a mi persona y mi traje de abuela a la piscina. Tan pronto como calenté con una serie de estiramientos, sometí a mi voluminoso cabello con un gorro de látex, me zambullí en el agua climatizada; de no ser así probablemente me encontraría al límite de la hipotermia.
Al salir a la superficie pude soltar una especie de  respiración  revitalizante. Apenas era la mitad de la semana y sentía que el peso sobre mis hombros se convertía en una enorme pila de elefantes gordos. No tenía idea que me tenía tan agobiada.  
Claro que lo sabía, sólo que no quería admitirlo.  
Bueno, está bien. Puede que supiese el porqué, y que tratase de esconderlo de la mejor manera.
Pues no lo hacía muy bien. Bajé del pony a ese chico con una bola de demolición.
Gruñí con desdén.
El lastre de estas fechas me abrumaba sobremanera, y  me ponía más temperamental de lo que era. No, no me refiero a “esas” fechas.
 Nadé hacia el bordillo de la piscina y me puse en posición. Di una gran respiración, tomé impulso y me llevé al otro lado de la piscina. Soplaba aire por mi nariz y movía mis brazos en perfecta sincronía. Cada movimiento renovaba la sangre que corría por mis venas, como si ese pulso de adrenalina, lograra un efecto catártico. Casi liberaba mi pecho de cosas dolorosas y sentimentales. Casi.
Forcé mis piernas hasta tal punto que al salir de agua, estaban todas temblorosas como espaguetis y mi piel estaba arrugada como una uva pasa. Eww.
Me aproximé al borde y me impulsé hasta arriba. Tiré fuera de mi cabeza, la maldita cosa de látex, que amenazaba con reducir el flujo de oxígeno a mi cerebro cada vez que lo usaba, tomé la toalla que había puesto en un  pequeño asiento junto a la piscina y la puse sobre mis hombros superficialmente.
Me levanté y caminé hacia los vestidores, cuando unos pequeños susurros capturaron mi atención.   
Me dejé llevar por el leve sonido, que me condujo  frente a la salida que daba con el gimnasio. Me acerqué con sigilo (lo cual es mucho viniendo de mí)  y me situé detrás de unos casilleros, quedando en paralelo con las personas que murmuraban.
­­- Siempre la defiendes, Shannon – Habló un chico.- Por qué no dejas que lo arreglemos entre nosotros.
- Porque no sé qué clase de cosas le vayas a hacer con tu sequito de zombies – Dijo una chica, que parecía ser Shannon, que hablaba con… ¿Ashton?
- No será nada muy drástico, sólo para que aprenda que no debe meterse conmigo -  Fruncí el ceño. Idiota.
Un bufido para nada femenino salió de respuesta, supongo que de la boca de Shannon.
- ¿Qué hizo ella? ¿Rechazarte? – Podía sentir cómo se cruzaba de brazos y se ponía modo mejor amiga pateatraseros. – ¿Ser la primera chica en la historia de esta escuela en decirte que no?
- No es sólo eso - ¿Acaba de decir que no es “sólo”? Vaya, ese chico sí que era vanidoso. – Estuvo coqueteándome desde hace meses.
Apreté una mano en mi boca reprimiendo una risita. ¿Enserio?
Al parecer la reacción de Shannon no fue muy diferente.
- ¿De verdad?, ¿qué hizo? – Sí, sí, ¿qué hice?
- Ya sabes, sonreírme todo el tiempo, hablarme más que a los demás, algunos miércoles la veía entrar en el gimnasio, supongo que no sabía que hoy no tenemos práctica.
Negué la cabeza con incredulidad. Vaya, cuando pueda, le consigo un yoyo. Espero que tengan en violeta.
- Creo que estás muy cegado contigo mismo: primero, ella le sonríe a todo el mundo, bueno cuando está de buenas- Cierto.- segundo,  si habla más contigo, es porque ve más material de conversación contigo que con las otras personas de la mesa,- No había mucho material, para tener una conversación inteligente.-  y tercero, ella se queda los miércoles, no tengo idea a qué, pero dudo mucho que a acosarte.
Su silencio demostró que no estuvo complacido con la respuesta de Shane.
- Bien, invéntale una excusa a todo, pero digas lo que digas ella es una maldita provocadora; está tratando de llamar mi atención, haciéndose la difícil.
Casi me echo a reír en ese mismo momento, qué mierda con ese chico. Esto se ponía mejor y mejor.
- ¿Tratando de llamar tu atención?, ella no está haciendo una rara artimaña para que estés todo sobre ella – Casi pude escuchar como Shane rodaba los ojos. – Y no sé por qué te lo tomas tan personal, es cierto que Willa pudo haberte dicho que tiene herpes y podría haber sido mejor, pero ella no tiene experiencia en esto; ella nunca ha salido con nadie – Dijo la última parte en casi un susurro, casi como si fuese un secreto. Debería decirlo más alto para no toparme con otro imbécil de esta categoría.  
- No la justifiques, ella lo que es, es una perra frígida y una mentirosa.
Ouch, golpe bajo.
Y era el momento de involucrarme, sé  que está socialmente mal escuchar conversaciones ajenas; pero qué rayos, estaban hablando de mí. Y maldita sea, me estaba insultando ese idiota, ese maldito idiota presumido.
Parpadeé tratando de evitar que las lágrimas cayeran; sé que dije que soy sincera a morir, pero aun así no estoy hecha de hielo. No pude escuchar la respuesta de Shannon, tenía miedo que estuviera de acuerdo.
Respiré profundo antes de ir a interrumpir su conversación y ponerle un bonito regalo al rostro del imbécil de allá afuera. Apreté mi mano hasta que se formó un puño, lo dejé descansar a mi costado, mientras preparaba mi entrada triunfal.
Sin embargo de, fui distraída por una ligera presión en mi hombro. Sabía que Joey, el conserje, no estaría aquí; fui sorprendida por él, en los primeros días que vine.  Todo el mundo murmuraba, que era un viejo gruñón que odiaba a la gente y enterraba cadáveres en el cobertizo. Resulto ser un hombrecito dulce, que le gusta hablar de sus nietos y su dulce esposa Annie, con algunos problemas de colesterol. Después de conocerlo, llegamos al acuerdo que no me interrumpiría hasta las 6:30, y luego hablaríamos sobre algún programa de televisión o Annie y como trataba de obligarlo a dejar la carne.  De cualquier modo, él era el único que por ahí rondaba.  Todos los maestros y estudiantes se mantenían  alejados de este lugar, por lo mismo.
Un escalofrío se paseó por mi columna. Algo andaba mal.
Preparé mi gancho derecho y me volví rápidamente hacia la persona, esperando que impactara directamente en el rostro.
Sí, tal vez era una respuesta apresurada. Sin embargo, ¿has pensado en la lista de personas que me encontrarían aquí? Lista que está encabezada por pervertidos, asesinos, y violadores.
Verán, cuando tenía diez, estaba en karate, artes marciales y ese tipo de cosas, y aunque olvidé todo el cuento sobre el equilibrio, no olvidé como dar unos buenos golpes.
Lamentablemente, éste, fue detenido a mitad del movimiento; los reflejos del opresor de mi puño eran excelentes. Quisiera decir que fue sólo suerte, pero aunque el golpe no hubiese sido interceptado, no hubiese golpeado en  el rostro a la persona frente a mí; supongo que estaba esperando la estatura de Ashton, sin embargo, el chico (porque parecía ser un chico), era mucho más alto.
Miré al tipo y me quedé mitad aturdida, mitad  indignada. Había bloqueado mi genial gancho derecho. Y apareció en los vestidores, donde no viene nadie. 
­Su voz fue la que me devolvió al momento.
- Cuidado, tigre.- Su vehemente acento captó mi atención. El chico tenía unos geniales ojos azules, piel pálida, cabello oscuro (más corto en los lados que en el centro), mandíbula fuerte y su nariz era perfecta (Tal vez estaba un poco obsesionada con las narices).  Medía aproximadamente 1,90, y su cuerpo era delgado aunque musculoso, como si fuese un nadador. Llevaba vaqueros oscuros, una camiseta sencilla blanca y unas Converse negras. ¿Dónde rayos están las chaquetas Tweed y el sombrero de copa? Bueno tal vez me equivoqué de época pero creo que entienden mi punto.
Al parecer el chico inglés tenía una sonrisa de ensueño, sus dientes estaban rectos y completamente blancos. ¿No se supone que los ingleses tienen los dientes torcidos y manchados por el té? Maldito británico con dientes perfectos y ropa normal.
Me di cuenta que mientras yo me quejaba internamente de su estúpida sonrisa, esta parecía ensancharse más, y más. Esbozaba una  perfecta sonrisa comemierda, mientras sus  ojos se paseaban descaradamente por mi cuerpo, casi como si no estuviera ahí. Fruncí el ceño.
 ¿No se supone que es un traje de baño de abuela? ¿Qué rayos está viendo? Ese tipo tenía un serio problema si eso le gustaba.
Las lágrimas anteriores habían sido olvidadas. Le di una mirada de muerte y liberé mi puño de la del tipo, antes de cruzarme de brazos y tomar una pose defensiva.
Apreté la toalla a mí alrededor y debatí entre seguir el plan original e interrumpirlos a mitad de su conversación o salvar mi integridad e inocencia del tipo que tenía algo sobre los trajes de abuela.
Después de unos pocos segundos decidí que mañana podía atacar a Ashton y que por ahora era más importante alejarme del tipo británico/pervertido/dientes bonitos.
Comprobé mi toalla y salí corriendo hacia donde tenía mis pertenencias.
Me puse un pantalón de gimnasia, y una camiseta, que se empaparon por la prenda que aun llevaba, no importaba; concluí que una ducha en casa sonaba bien en este momento. Muuy bien. Ni por todo el dinero del mundo me iba a dar una ducha con ese tipo en menos de diez metros.
Tome mi bolso y salí como alma que lleva el diablo de ese lugar.
Supongo que había encontrado al “alma gemela” de Shannon.  Pero espero que después de esto no se atreva a cruzarse conmigo. Y si lo hacía, no tendría un final feliz. Al menos no para él.
El idiota inglés me quedó debiendo un golpe.



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